MI PADRE


Hoy os hablaré de mi padre, un padre estupendo, y mas estupendo todavía al final de su vida.

Ese año, su último para él, veraneamos en el hotel del monasterio de Poyo. Nos animaron unos amigos que conocían el hotel y así además aprovechábamos para preparar y celebrar la primera comunión de nuestros tres hijos en la iglesia del monasterio. La ceremonia resultó preciosa, pero la estancia en el hotel fue un desastre. No estaba limpio y tuve que pedir a los frailes mas limpieza. Comíamos fuera, era imposible comer allí, aguantar tanto lio.

Los niños lo pasaban bien, tenían amigos, se divertían metiéndose en las cuadras de los caballos y en las pocilgas de los cerdos que tenían los frailes en la finca. ¡No os podéis imaginar como me los encontraba!, llenos de todo, había que fregarlos de arriba abajo. Mi marido, un santo, se quedaba con los niños, pero no sabia donde se metían, para que yo me fuese a pasar las tardes con mi padre, que ya no estaba bien.


Mi padre me recibía encantado, le gustaba que le diese un paseo en coche y siempre me decía: conduces muy bien, voy muy cómodo. Hablábamos de todo, me contaba tantas anécdotas de sus padres, de sus hermanos. Pensaba continuamente en el mas allá. Se lo imaginaba como una felicidad maravillosa, con la ilusión de recuperar a los seres queridos que había perdido aquí. Me decía: fue tan duro perder a tu madre que Dios me perdonará mis faltas y me recompensará con volver a verla. No sé cómo, pero de alguna manera verla feliz. Yo también quiero creer que nos espera algo así. 

Mi padre además de bueno era gracioso y simpático , tenia mucho sentido del humor , todo el mundo lo quería, tenia predilección por sus hijas. La mujer para él era un ser especial y adorable, digna de admiración. Lo decía muchas veces y me quedó grabado. 

También os contaré una travesura suya que el pobre pagó bien cara. Siempre creímos que su cojera era consecuencia de su sonambulismo. Estudiaba en Lieja y vivía en un colegio mayor con estudiantes. Una noche sonámbulo, o eso creíamos, se asomó a un balcón, perdió el equilibrio y se precipitó a la calle destrozándose el pié y quedándose cojo para siempre, y menos mal que lo frenaron los cables de tranvía. Eso le salvó la vida.

Ya de mayores nos enteramos por algún cotilla ( qué malo, eso no se hace! ) qué una noche que volvía de juerga, quiso volver a salir y los compañeros lo encerraron en el cuarto para que no saliese. Él lo intentó saltando de un balcón a otro, cuando se cayó a la calle. Esto fue lo que pasó. Se podría decir: ¡Qué mala pata!, pobre . Ahora que lo pienso, cuando creíamos que era sonámbulo no sé como no nos extrañaba verlo de noche por los pasillos. 

Su cojera no le impedía dar largos paseos y caminatas , casi a diario se iba andando hasta Marin los años que estuvo allí de juez, coincidiendo con mi estancia interna en el colegio. Le pillaba de paso y entraba a verme. Las monjas lo recibían encantadas. Ellas me ponían por las nubes alabando lo bien que se me daban las labores, aunque era lo único que se me daba bien. (he de decir que las matemáticas también me gustaban y me divertían). Mi padre tenia que demostrar su orgullo de tener una hija que cosía tan bien , así que no hacia mas que comprarme bastidores a tutiplén. 

Era un juez severo y justo, como tiene que ser, como pocos. Era la época de la escasez y debía ser corriente comprar a los jueces a cambio de favores. Esto le indignaba. Continuamente llamaban a la puerta de casa para entregar algún regalo para él, casi siempre pescado o pollos y los teníamos que echar con cajas destempladas. Y cuando estaba mi padre, él mismo, los echaba a patadas. Alguno salió rodando escaleras abajo con su merluza y todo. Un día que mi padre no comía en casa, y por algun despiste nos quedamos con una de esas merluzas, cuando empezábamos a disfrutarla apareció mi padre, ¡la que se armó! os lo aseguro, ese día yo comía en casa.

Llevaba muchos años en casa, Dolores, una mujer que había entrado muy joven para ayudar a mi madre y seguía con nosotros por cariño, a cambio de nada. ya era mayor y rebañaba todo lo que podía para la casa, éramos muchos. Nos hacia la comida con lo que encontraba; unas croquetas con harina de maíz, las tortillas sin huevos con polvos amarillos, verduras de la huerta que a los hermanos no les gustaban nada, en cambio nos gustaba mucho su pudin de berberechos. Supongo lo contenta que estaría Dolores el día de la merluza y lo mal que lo pasaría luego , después de hacernos la boca agua, tener que tirarla. 

Dolores de jovencita se fue a Argentina con su hermana , he visto fotos muy antiguas, guapísimas . Allí las contrataron de planchadoras en una empresa en Cordoba (Argentina) donde el dueño tenía sus fincas, pero regresaron pronto a España ya que no les sentaba bien aquel clima, o tenían morriña, vete tu a saber. Dolores entonces se quedó con nosotros, pero a su hermana la vino a buscar para casarse con ella el dueño de la empresa donde trabajaban y llevársela de vuelta a vivir a Cordoba de donde él era. Aquella pareja no tuvo hijos. Las hermanas no dejaron de escribirse, y al cabo de los años un buen día recibe Dolores una carta, en la que le dicen que su hermana, ya viuda, se está muriendo y que Dolores su única hermana y heredera se tiene que ir a Argentina para continuar con el negocio. Nos escribió alguna vez diciendo que le iba bien y ya no supimos mas . Creemos que sus  últimos años los pasó feliz. Y tanto que se lo merecía.

Mi padre con todos sus hijos y sus parejas

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